-Un poema tuyo. Un libro de tu
autoría.
-Sabes perfectamente que el mejor
poema y, por tanto, el mejor libro son los que no se han escrito todavía, pues
la esperanza de conseguir la máxima perfección es el motor que nos mantiene en
marcha. Tengo, no obstante, mucha ilusión depositada en La mala letra, como en
su día la tuve en Náufrago de la lluvia… También me ha funcionado Retrato de
heterónimo. En cambio, repudié Cinco cantos a Himilce y el tiempo se ha
encargado de darle compañía. La respuesta está in the wind, como cantó Bob
Dylan.
.
-Leída La mala letra, ¿se
trenzaron sus versos entre la futilidad del tiempo y el desengaño de la
literatura? Háblanos de ello.
-Ésta es, por obvias razones, la pregunta del millón, entre otras razones porque, para responderla, necesitaría un millón de palabras, aunque estoy convencido de que después se irían reduciendo, así que empezaré por el final: La mala letra es un discurso sobre el fracaso de la vida humana, encarnado en el libro por la literatura, como opción de fracaso por excelencia. El desengaño, claro, es la lógica consecuencia. El poeta, como el resto de los mortales, se cree un pequeño dios, con un bonus –en términos cochinamente capitalistas- que le abona la circunstancia de producir discursos ideológicos y gracias al cual se cree en posesión de algunas ventajas, que, poco a poco, la realidad, la vida, se encargan de recortar hasta la extinción. No somos dioses, ¿sabes? Homero, por ejemplo, sólo era un perroflauta, como dicen actualmente los adictos a Intereconomía; Virgilio, un muerto de hambre, un pelotas de Augusto, que medraba en el pesebre de Mecenas… y así sucesivamente. Sin embargo, nos legaron obras que hoy, tres mil, dos mil años más tarde, se tienen como modélicas. Ahora vestimos con elegancia, conducimos automóviles, hablamos por teléfonos celulares, escribimos con ordenadores y aplicamos a nuestras obras criterios y técnicas de márquetin, que nos emplazan, de otra manera, en el puesto más bajo del escalafón. Y, a todo esto, ¿dónde está la poesía? Vanidad de vanidades y todo vanidad. O inanidad, que viene a ser lo mismo.
-Ésta es, por obvias razones, la pregunta del millón, entre otras razones porque, para responderla, necesitaría un millón de palabras, aunque estoy convencido de que después se irían reduciendo, así que empezaré por el final: La mala letra es un discurso sobre el fracaso de la vida humana, encarnado en el libro por la literatura, como opción de fracaso por excelencia. El desengaño, claro, es la lógica consecuencia. El poeta, como el resto de los mortales, se cree un pequeño dios, con un bonus –en términos cochinamente capitalistas- que le abona la circunstancia de producir discursos ideológicos y gracias al cual se cree en posesión de algunas ventajas, que, poco a poco, la realidad, la vida, se encargan de recortar hasta la extinción. No somos dioses, ¿sabes? Homero, por ejemplo, sólo era un perroflauta, como dicen actualmente los adictos a Intereconomía; Virgilio, un muerto de hambre, un pelotas de Augusto, que medraba en el pesebre de Mecenas… y así sucesivamente. Sin embargo, nos legaron obras que hoy, tres mil, dos mil años más tarde, se tienen como modélicas. Ahora vestimos con elegancia, conducimos automóviles, hablamos por teléfonos celulares, escribimos con ordenadores y aplicamos a nuestras obras criterios y técnicas de márquetin, que nos emplazan, de otra manera, en el puesto más bajo del escalafón. Y, a todo esto, ¿dónde está la poesía? Vanidad de vanidades y todo vanidad. O inanidad, que viene a ser lo mismo.