-Qué línea o qué líneas has
seguido en tu poesía.
-Aunque, cronológicamente,
pertenezco a la generación de los novísimos, que yo, por otras razones,
prefiero denominar del Setenta o del Mayo francés, no he compartido, en sentido
estricto, la estética de aquellos, pero sí –como dijo una vez mi amigo Juan
José Téllez- una atmósfera, una intención, una sugestiva voluntad lírica que me
fue alejando de los escarceos sociales de la época para adentrarme en la
instrospección sentimental o en una elegante –el adjetivo es suyo- melancolía
andalusí. Mis comienzos tienen mucho que ver con el grupo de poetas brechtianos
que alentaba alrededor de diversas revistas, entre ellas Tragaluz, que ya he
citado. Luego, tras unos años de desorientación y una frustrante militancia
política, mi poesía va escorando hacia un barroquismo que, poco a poco, irá
sosegándose, a favor del concepto. Es la época del movimiento de la Diferencia,
del que fui miembro activo y aun belicoso hasta que fue diluyéndose en el
abigarrado panorama literario español. Hoy, escéptico con causa, mi poesía se
ha vuelto más directa, más clara acaso y más desengañada; es mi poesía en fase
terminal, como suelo llamarla: abocado a una muerte, que a mis 64 años,
barrunto próxima, y sin otro balance que la consumación del fracaso de mi
existencia, puedo decir lo que me dé la gana; al cabo nada os debo, que diría
Machado. Quizá, como escribiera un día Alberto Torés, catalogar mi obra por
etapas resulte una tarea innecesaria por infructuosa, pues siempre he
pretendido dejar en libertad a la palabra e incluso convertirla en un constante
alegato contra el poder que aliena y contra aquéllos que aceptan sin más su
tiranía.
-Aunque sea difícil, elige un par
de poetas que te hayan servido de base y dinos por qué los elegiste.
-Siempre suelen hacerme esta
pregunta y suelo responder que la poesía, cuando aparece a bordo de un libro de
poemas, es un milagro siempre, por lo que me resulta sumamente difícil
establecer jerarquías que, por otra parte, varían según la época. Pero, si he
de atenerme en la cantidad y calidad de las enseñanzas que su lectura me
proporcionó, la lista sería extensa y daría comienzo en la antigüedad, para
luego acercarme a nuestro tiempo: Virgilio, Catulo, Manrique, el marqués de
Santillana, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Ronsard, Góngora, Quevedo, Bécquer,
Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez,
Cernuda, Alberti, Aleixandre, Neruda, Ocatavio Paz, Eliot… Como los reyes
godos, ya ves, una nómina interminable y, desde luego, plural, porque, como
decía Jacomo Casanova, hay que desconfiar de los hombres que han leído un solo
libro.
¿Por
qué los elegí? No lo hice: me impusieron su magisterio por la vía rápida del
deslumbramiento. Pero, si te fijas, te darás cuenta de lo que yo buscaba al
leerlos y de lo que me aportó su escritura: una técnica, un lenguaje y un poder
de emoción; un modo de enfrentarse al hecho poético y una manera de gestionar
la propia introspección, el conocimiento y el compromiso.